jueves, 4 de octubre de 2007

Un jardín de infancia lleno de ballenas







Son madres dedicadas, madres tan pesadas como siete elefantes. Pero sus hijos no se quejan. Cada año, más de mil ballenas de la variedad franca austral arriban a las aguas bajas y limpias del Golfo Nuevo, en Chubut, para aparearse, con sus crías o listas para parir. Allí, de mayo a diciembre, un imponente jardín de infantes despliega sus secretos marinos ante el ejército de turistas y científicos que se vuelven chiquitos, de tanto asombro que tienen

Ximena Pascutti y Patricia Veltri
Revista Rumbos
Grupo La Nación
Argentina

Hay que ser ballena franca o trabajar en Hollywood para saber qué se siente. Solo en el año 2006 ingresaron al área natural protegida de Península de Valdés cerca de 110 mil turistas para conocerlas, según datos de la Subsecretaría de Turismo de Chubut. Casi un Gran Hermano que las espía. “El avistaje de ballenas y la visita a la colonia de pingüinos de Punta Tombo son los principales atractivos que busca el turista y generan importantes ingresos a la provincia, junto con las regalías petroleras”, asegura Hernán Moroni, licenciado en ciencias naturales y asesor del ente en cuestiones de conservación. “En concepto de canon, Chubut recibió el año pasado de las empresas de avistaje unos 500 mil pesos, a los que se suman más de un millón y medio de pesos por entradas al área natural”, precisa el experto. Además de lindas y buenas, las ballenas traen suerte.

Antonia, mon amour
Como los padres de gemelos capaces de distinguir a golpe de vista a sus hijos, el biólogo cordobés Mariano Sironi puede reconocer a Antonia, Cassiopeia, Espuma o a cualquiera de las 1.800 ballenas francas identificadas en las últimas décadas en la Argentina, a partir del dibujo de sus callosidades y de las horas eternas de fotografías y observaciones en Península de Valdés. Hoy es el director científico del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB), la única ONG que se dedica exclusivamente a la protección y estudio de estos cetáceos, y tal vez el argentino qué más los conoce.
Egresado de la Universidad Nacional de Córdoba con el primer promedio en su carrera, Premio Universidad por sus calificaciones, doctorado en ballenas por la Universidad de Wisconsin, Estados Unidos (gracias a una beca de la Fundación Fulbright), Sironi pertenece al grupo de los que desde siempre supieron qué iban a ser cuando fueran grandes. Aunque no pudo ser así desde el principio, casi por una cuestión práctica: vivía –vive- en la capital de una provincia mediterránea. Fueron entonces los bichos serranos sus primeros “estudios de campo”, como denomina al trabajo de relevamiento, captura y devolución de anfibios, reptiles, aves y mamíferos de la reserva natural Dique de la Quebrada en Río Ceballos que realizó durante cinco años.
Unos cuantos meses al año habita otra casa, lejos de Córdoba, sobre un acantilado chubutense que domina el territorio de las ballenas. Allí se queda desde principios de septiembre hasta el día de diciembre en que parte la última de ellas de Península de Valdés.
“Lo más cerca civilizado que tengo es Puerto Pirámides, a 40 kilómetros, y a 90, Puerto Madryn -describe enfundado en un buzo polar con apliques del ICB- adonde voy a comprar provisiones cada dos semanas en un jeep que ya pide pista. Hace un frío de morirse, no hay calefacción, ni luz eléctrica, ni teléfono ni internet. Muchos se preguntan cómo puedo pasar tantas horas solo y sin hablar con nadie. A mí me encanta. Me levanto cuando amanece, desayuno, preparo una vianda que llevo en la mochila y ahí parto con cámara de fotos, birome y cuaderno. Camino un kilómetro y medio hasta el observatorio que yo llamo mi oficina: el borde de un acantilado desde donde hago el trabajo de avistaje y observación”.
Para el común de los mortales, vive en la más absoluta de las soledades, a menos que se considere compañía una huerta de rabanitos y el sonido que emiten las ballenas. “Ellas (lo dice como si fueran sus mascotas) se comportan como si uno no existiera. Pero la fantasía es que hay una interrelación con uno. Cuando hago el trabajo desde el bote se quedan muy cerca, las madres se pasean o amamantan a sus crías. Eso nos permite, por ejemplo, tomar muestras de piel con dardos”, ejemplifica.
Unas 300 muestras de piel permiten realizar estudios y sacar conclusiones. Por ejemplo, determinar de qué se alimentó la ballena antes de su arribo, y de ahí que se pueda saber de dónde viene. Sin embargo, cuando parten, es un misterio. Jamás se conoce el destino. Se mueven solitarias. Pueden ir a 500 metros o dos kilómetros separadas una de otra. Se comunican por percepción acústica. La hembra siempre va acompañada por la cría. En cambio, el macho lo hace solo. Copulan en grupo, por lo que se dice que las ballenas son “promiscuas”. Nunca se sabe cuál es el padre. Por lo tanto, el padre tampoco cuida.
En 1993, unos meses antes de recibirse, Sironi fue a trabajar como asistente de campo en un proyecto sobre lobos marinos, en Punta Norte, en Península de Valdés. “Fue una experiencia hermosa, pero a mí me gustaban las ballenas. Al año siguiente, conocí a la experta Victoria Rowtree. Justo estaban buscando sumar a un biólogo argentino. Paralelamente, otros especialistas, Roxana Schteinbarg y Diego Taboada ya habían conocido al fotógrafo John Atkinson y se habían enganchado con el trabajo. Así fue que coincidimos y formamos la sede Argentina”.
Antes, a los 23 años, Sironi había hecho una experiencia de tres meses en los Alpes Suizos en un instituto de conservación de murciélagos. En su casa de Córdoba, en la bañadera, estudiaba a unas 50 0 60 boas constrictoras.

Ballenas con DNI
“La primera experiencia de campo en Península de Valdés –recuerda- fue en el ‘95. El trabajo se divide en tres partes. Primero, y durante unos tres días, se hace un relevamiento aéreo, se sobrevuela todo el perímetro de la costa fotografiando cada ejemplar. El objetivo es la foto identificación. Lo hacemos en la segunda semana de septiembre que es cuando se concentran la mayor cantidad de ejemplares (los primeros comienzan a llegar en abril). Ese material luego se clasifica. Cada ballena tiene un dibujo único que aportan las callosidades, que es eso blanco que se ve a simple vista y distingue a la ballena franca. Por eso, podemos identificarlas. Inclusive tienen nombre”.
El paso siguiente es el que se realiza por agua, en bote, cuando se toman las muestras de piel. El último es por tierra: el avistaje y observación que parecen ubicar a Sironi en su lugar en el mundo.

Las callosidades son como las huellas dactilares
Es su característica exclusiva. Fueron descubiertas por el investigador Roger Payne, a comienzos de los ’70, y suelen estar cubiertas por unos crustáceos anfípodos llamados “ciámidos”, que son como los piojos de las ballenas. La madre se los contagia a la cría apenas nace. Se las reconoce, también, por la cabeza grande (un tercio del largo del cuerpo), aletas pectorales anchas y cortas; no tiene aleta dorsal; el cuerpo es normalmente negro, a veces con manchas blancas, grises o marrones; y porque tiene manchas irregulares blancas en el vientre.
El área de cría es la península. La gestación dura un año y pueden volver a procrear cada tres. En las primeras semanas de vida las crías pueden aumentar hasta 150 kilos por día, y se amamantan durante un año. Está en condiciones de procrear a partir de los 7 años. Se calcula que tienen una longevidad de 65 años, aunque podrían ser más añosas: “En Alaska, donde hay poblaciones indígenas que viven de la caza de ballena, recientemente se encontraron, dentro de animales muertos, arpones y puntas de flechas de esquimales, de hace más de 200 años”, indica Diego Taboada, director del ICB.
Desde que se la protege, se estima que la población aumenta por año en un 7 por ciento: unos 5.000 ejemplares en la actualidad, de las cuales casi 2.000 están identificadas por el ICB.
La población está dividida en tercios. Es decir, cada año llega a Chubut una tercera parte de lo que se calcula, según el principio de captura y recaptura.

Peligro en las aguas

Pero no todo es idilio en la vida de estos cetáceos. En el ICB reconocen que hubo épocas en las que a la ballena franca austral se la cazaba para utilizar su carne, considerada de alto valor. “Porque nadaba cerca de las costas, era lenta y cuando moría flotaba debido a su gran cantidad de grasa corporal. De allí su nombre, ballena franca, o correcta, porque era fácil de atrapar”, aclara Boada.
A principios de la década de los ‘70, la especie corrió serio peligro: solo se conocían vivos unos 400 ejemplares. Pero en 1982 se prohibió finalmente la cacería comercial de ballenas en todo el mundo: no se cumple a rajatabla, pero limita en algo la matanza. “Hay contradicciones jurídicas, porque la caza para consumo está prohibida, pero no la comercialización de la carne, que se sigue vendiendo en Corea y Noruega, entre otros”, advierte Taboada, quien asegura que los choques con embarcaciones y las profundas heridas con las hélices también son problemas frecuentes. Pero uno de los más graves, dice, es el continuo ataque de las gaviotas cocineras a las ballenas: se comen sus crías y horadan el lomo de las madres, donde provocan heridas profundas, como agujeros. “Es un problema de los últimos diez años, prácticamente único en el mundo –sostiene Taboada-. Sabemos que en Sudáfrica ha pasado, y está totalmente asociado al descarte pesquero y a los basurales a cielo abierto. Si los Estados no toman medidas es muy difícil revertirlo”.
Otras veces se las molesta, poniendo en riesgo su hábitat y su enorme paciencia. Aunque en Chubut existe ley provincial 4722, que protege y preserva a la ballena franca austral, “algunos operadores turísticos permiten o estimulan el buceo alrededor de las ballenas, algo que incluso puede llegar a ser peligroso para el nadador”, previene Taboada. “También es un problema importante la contaminación acústica de la zona, provocada por los barcos. No nos gustaría que las ballenas decidieran migrar con sus crías hacia otras zonas”.
Desde la otra campana, la de los operadores turísticos, se jura respeto sagrado por ese templo azulado de la costa argentina. “No nos acercamos cuando están copulando ni las molestamos”, asegura Gustavo Walter, gerente comercial de Cuyuncó Turismo, quien desde hace 35 años desarrolla su actividad en la Península de Valdez.
La excursión completa (traslado terrestre y avistaje) ronda los 200 pesos, en lanchas de casco en v de 75 pasajeros. Un paseo solo de avistaje, pero exclusivo -solo 20 personas y en botes semirrígidos-, cuesta unos 160. El uso de salvavidas y cascos especiales no inflamables es, según Walter, obligatorio. Las lanchas deben tener además balsas salvavidas para todo el pasaje y tanques de combustible con una sustancia, Expocontrol, que reduce el riesgo de fuego.
Al encuentro mágico con estas señoras del agua se puede llegar volando: hasta el aeropuerto de Trelew, por Aerolíneas Argentinas (Buenos Aires-Calafate-Usuhaia) y hasta el aeropuerto de Puerto Madryn por Lan (Buenos Aires- Trelew-Usuhaia) o Andes Líneas Aéreas (Buenos Aires-Madryn).
“Todo el mundo busca la foto del salto, de la cola”, asegura el operador turístico. “Hay muchas teorías sobre estos gestos… que son formas de comunicarse entre ellas, que así se liberan de algunos parásitos que tienen en la piel. Otras, menos creíbles, dicen que levantan izan la cola como vela o que así les circula mejor la sangre”, se ríe. El Golfo Nuevo acuna a las ballenas francas hasta mediados de diciembre, cuando parten en rutinario sigilo hacia lugares remotos. Mientras, ellas nos miran pacientes, y se dejan mirar con su nueva prole. Tal vez no se asombren de parecer tan lindas. Tan lindo misterio.

La caza de ballenas: víctimas eternasPeines de pelo de ballena, collares de hueso de ballena. Velas de ballena. La historia de estos misteriosos animales está tristemente ligada a la de su persecución y su caza. Hace casi mil años se les daba muerte con arpones de mano y desde pequeños barcos. Después las llevaban hasta la costa, en donde se derretía la grasa en gigantescas ollas. En 1868 empezó a usarse el arpón explosivo y los barcos más rápidos. Y desde 1925 no se llevaron más a los cetáceos hasta las costas: eran procesadas en los barcos factoría en alta mar.
“Con el descubrimiento del gas, la electricidad y el petróleo, podría haber terminado la cacería de ballenas, pero continuó. En el siglo XX, poblaciones enteras desaparecieron y algunas especies de ballenas llegaron al borde de la extinción”, explica un estudio del ICB, elaborado para transmitir a niños y adolescentes la importancia de protegerlas.
En 1936, varios países acordaron reglamentar la cacería y crearon la Comisión Ballenera Internacional. Pero hubo que esperar hasta 1982 para que se prohibiera la cacería comercial de ballenas en todo el mundo, aunque Islandia y Noruega continuaron con la matanza. Japón, en tanto, bajo el pretexto de investigación científica, captura cada año más de 1000 ballenas cuya carne termina, sin secretos, en los mercados y restaurantes.
Los expertos del ICB estiman que antes de la cacería comercial había entre 55 mil y 70 mil ballenas francas australes. Para el año 2003 solo quedaban unas 11.300 en todo el hemisferio sur. “La situación de la ballena franca del Atlántico Norte es peor, ya que quedan solo unas 350 y es muy difícil que se recupere –advierten los expertos-. No queremos que ocurra lo mismo con la del sur”.

Una ballena llamada GarraEl Día Nacional de la Ballena tiene un lugar en el calendario: el 25 de septiembre. Quien da lugar a la celebración se llama Garra, una ballena juvenil. Y tiene relación con Mariano Sironi. En el 2003 el biólogo fotografió una ballena de dos semanas a la que bautizó con el nombre de Garra, en alusión al dibujo de las callosidades que se le antojaron un zarpazo.
Al año siguiente, ya convertida en un ejemplar juvenil, se acercó a jugar a una lancha que había detenido su marcha para que los turistas disfrutaran su propio espectáculo (desde entonces la metodología está prohibida). El juego terminó en tragedia: se enredó en la cadena del ancla. Pese a los esfuerzos de los buzos no había manera de liberarla en el agua. Se decidió llevarla a la rastra hasta la costa, vararla e intentar allí el salvataje.
Fue el único caso de varamiento “inducido”. Entre profesionales idóneos que supieron desamarrarla, turistas y vecinos que le arrojaron agua, lograron que sobreviviera. Si faltaba sumar una curiosidad fue que la rebautizaron Garra, sin saberlo. Unos días después, un amigo le mostró a Sironi un video del rescate y las notas del evento. El catálogo confirmó que Garra era Garra.

QUE ES EL ICB
1. El Instituto de Conservación de Ballenas es una organización sin fines de lucro fundada con el propósito de proteger a los cetáceos y su medio ambiente a través de la investigación y la educación.
2. Representa en la Argentina como única filiar en el mundo al Ocean Alliance/Whale Conservation Institute, organización fundada en 1971 por Roger Payne, quien vivió 40 años en la Patagonia.
3. Mediante el Programa de Investigación Ballena Franca Austral, se monitorea la salud y distibución de esta especie en Península de Valdés y se profundiza el conocimento sobre su biología, comportamiento, ecología y uso de habitat.
4. Trabajan en equipos intercomunicados entre Chubut, Córdoba, Buenos Aires y Estados Unidos. Se elaboran programas específicos para investigar y estudiar particularidades de la ballena que son dirigidos por Mariano Sironi directamente en contacto con los ejemplares.
5. Su sitio web es http://www.icb.org.ar/

PROGRAMA ADOPTE UNA BALLENADesde 1970 se identificaron 1.800 ballenas francas en Península de Valdés. Hay bisabuelas, abuelas, madres e hijas. Algunas de ellas son Antonia, Docksider, Cassiopeia, Espuma, Troff, Mochita, Victoria y Gabriela. El doctor Payne descubrió que a partir de la identificación de las ballenas se podía hacer mucho más por ellas. Es decir, se aprende más a partir de la vida que de la muerte de un ejemplar. Este programa de identificación es dirigido por la investigadora Victoria Rowntree.
Dado lo costoso del emprendimiento, a la vez que fomentar conciencia del cuidado y protección, se diseñó el programa Quiero Adoptar una Ballena. Consiste en, justamente, convertirse en padrino a partir de una donación mensual que varía de 5 a 15 pesos mensuales o la variante anual de 60 a 180 pesos. Cada adoptante, protector o benefactor recibe toda la información actualizada y puede hacer el seguimiento de su mascota. La adhesión se hace a través de un cupón on line en http://www.icb.org.ar/ y se puede requerir mayor información a adoptantes@icb.org.ar

Bacterias de fondos marinos sorprenden a la ciencia

Alejandra Prieto, bióloga marina del Centro de Biotecnología Marina y Biomedicina del Instituto Scrippts de Oceanografía de San Diego, California (EEUU), enseña la muestra de bacterias (actinomicetos) cultivadas.






El interés por volver a la naturaleza para encontrar nuevos fármacos está motivando a los científicos como Alejandra Prieto, una mexicana dedicada al estudio de bacterias provenientes de las profundidades del mar

Evelyn Guzmán

Venezuela

Ese olor a tierra mojada que sentimos luego de una pertinaz lluvia en realidad se debe a los actinomicetos, microorganismos que se encuentran en la tierra y son las responsables de la producción del 70% de los antibióticos que se utilizan en el mundo entero. Los actinomicetos tienen una importante función ecológica dentro de la tierra porque degradan los residuos de plantas y animales. Siempre ha sido difícil clasificar a estos microorganismos porque en su estructura presentan similitudes a los hongos y a las bacterias. No obstante, la ciencia los ubica dentro de la familia de las bacterias, perteneciente a la clase de los Esquizomicetos, conformando el orden de los Actinomicetales.
El interés por volver a la naturaleza para encontrar nuevos fármacos está motivando a los científicos como Alejandra Prieto, una mexicana dedicada al estudio de estas bacterias provenientes de las profundidades del mar. “Mucha gente se hace un té de manzanilla antes de tomarse una pastilla para el dolor de estómago”, recuerda esta joven oriunda de la ciudad de Ensenada que está consciente del uso de la medicina natural como medio curativo. Sin embargo, eso de usar los organismos como fuentes de productos naturales, no es nada nuevo.

DESDE FLEMING A FENICAL
Esta bióloga marina que cursa el doctorado en el Centro de Biotecnología Marina y Biomedicina del Instituto Scrippts de Oceanografía de la Universidad de California en San Diego, nos remonta al episodio más importante vivido por la medicina moderna en el año 1928, cuando Alexander Fleming, utilizando compuestos naturales, descubre la penicilina. “Por casualidad” estudiando el estafilococo, -una bacteria nociva para los humanos-, Fleming encontró que éste desaparecía por efecto del hongo Penicillium notatum. Una casualidad “que salvó millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial y marcó una de las grandes pautas en el estudio de la medicina”. Asimismo, nos refiere el segundo evento importante en la investigación con microorganismos ocurrido en 1940 con el científico Selman Waksman quien empezó a estudiar al grupo de los actinomicetos. “El investigador descubrió que estos microorganismos producen compuestos muy interesantes como la estreptomicina que es un antibiótico y la actinomicina que es un compuesto anticancerígeno”.
Para la estudiante de doctorado este descubrimiento de los actinomicetos marcó lo que se llamó la época de oro de los antibióticos -desde los años 40 hasta los años 90 se extraían los compuestos de estas bacterias-, sin embargo “a principios de los años 80 el descubrimiento de nuevas moléculas fue disminuyendo drásticamente”.
Pero fue en esta época cuando el investigador William Fenical irrumpe en la ciencia con los estudios que venía haciendo desde el Instituto Scripps de Oceanografía como químico en productos naturales especialmente en algas marinas. Su interés se centró en buscar estas bacterias en el fondo del mar y a buscar los compuestos que se producían. De hecho, Fenical tiene en su haber dos descubrimientos con microoganismos del género Salinospora y del género Marinispora. Del primero se obtiene un compuesto, salinosporamida A, que se usa en el tratamiento de un tipo de cáncer de médula ósea; y del segundo microorganismo se producen compuestos con capacidad antibiótica y anticancerosa.
“De los microorganismos se han derivado aproximadamente 17 mil antibióticos conocidos. Estos microorganismos tienen una actividad biológica no sólo contra enfermedades infecciosas sino también potencial anticancerígeno”.
No obstante, Alejandra Prieto se empeña en investigar aquellos compuestos que provienen de los actinomicetos “poco comunes”. Una condición que tal como ella misma lo señala, la obliga a llegar hasta el fondo del mar, algo que resulta difícil de lograr. “La profundidad promedio es de 4 mil metros con trincheras de hasta 11 mil metros, por eso trabajamos en cómo acceder a estas profundidades, haciendo adaptaciones de aparatos que ya existen y que permiten una vez tocan el fondo marino, penetran dentro de él y extraer la muestra”.

AISLANDO BACTERIAS
Los químicos orgánicos aíslan los actinomicetos a partir de los datos que arrojan una serie de aparatos como resonancia magnética, espectrómetro, entre otros y consigue la estructura de los compuestos. “Esto se dice fácil pero a los químicos orgánicos les toma años llegar a estos resultados”. Su tutor, el científico microbiólogo Paul Gensen aportó nuevas ideas para conocer las interacciones entre los microorganismos y las algas; así como el de utilizar las nuevas técnicas moleculares para identificar las bacterias que se aíslan.
Prieto explicó que para poder diferenciar las bacterias, existen técnicas moleculares que permiten utilizar información genética ya clasificada, procesarla y obtener una secuencia de las letras que conforman el código genético y después, en base a esa información, crear el árbol filogenético -como un árbol genealógico- de la relación evolutiva que hay entre las bacterias. Ahora Prieto se dedica al estudio del genoma de los actinomicetos provenientes de los sedimentos marinos y a la búsqueda de nuevas técnicas moleculares con el fin de descubrir nuevos compuestos con potencial anticancerígeno.

Características de los actinomicetos
· Predominan en forma libre en suelos secos y cálidos en cantidades de millones por cada gramo de suelo.
· Los géneros predominantes de este grupo son Nocardia, Streptomyces y Micromonospora.
· Estos organismos son los causantes del olor característico a mohoso o a tierra de los campos recién arados.
· Son capaces de degradar muchas sustancias complejas y consecuentemente juegan un papel muy importante en la química del suelo.
· También son notables por su capacidad para sintetizar y excretar antibióticos.
Fuente http://www.bioland.cl/mo-biobac.htm