Son madres dedicadas, madres tan pesadas como siete elefantes. Pero sus hijos no se quejan. Cada año, más de mil ballenas de la variedad franca austral arriban a las aguas bajas y limpias del Golfo Nuevo, en Chubut, para aparearse, con sus crías o listas para parir. Allí, de mayo a diciembre, un imponente jardín de infantes despliega sus secretos marinos ante el ejército de turistas y científicos que se vuelven chiquitos, de tanto asombro que tienen
Argentina
Antonia, mon amour
Como los padres de gemelos capaces de distinguir a golpe de vista a sus hijos, el biólogo cordobés Mariano Sironi puede reconocer a Antonia, Cassiopeia, Espuma o a cualquiera de las 1.800 ballenas francas identificadas en las últimas décadas en la Argentina, a partir del dibujo de sus callosidades y de las horas eternas de fotografías y observaciones en Península de Valdés. Hoy es el director científico del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB), la única ONG que se dedica exclusivamente a la protección y estudio de estos cetáceos, y tal vez el argentino qué más los conoce.
Egresado de la Universidad Nacional de Córdoba con el primer promedio en su carrera, Premio Universidad por sus calificaciones, doctorado en ballenas por la Universidad de Wisconsin, Estados U
Unos cuantos meses al año habita otra casa, lejos de Córdoba, sobre un acantilado chubutense que domina el territorio de las ballenas. Allí se queda desde principios de septiembre hasta el día de diciembre en que parte la última de ellas de Península de Valdés.
“Lo más cerca civilizado que tengo es Puerto Pirámides, a 40 kilómetros, y a 90, Puerto Madryn -describe enfundado en un buzo polar con apliques del ICB- adonde voy a comprar provisiones cada dos semanas en un jeep que ya pide pista. Hace un frío de morirse, no hay calefacción, ni luz eléctrica, ni teléfono ni internet. Muchos se preguntan cómo puedo pasar tantas horas solo y sin hablar con nadie. A mí me encanta. Me levanto cuando amanece, desayuno, preparo una vianda que llevo en la mochila y ahí parto con cámara de fotos, birome y cuaderno. Camino un kilómetro y medio hasta el observatorio que yo llamo mi oficina: el borde de un acantilado desde donde hago el trabajo de avistaje y observación”.
Para el común de los mortales, vive en la más absoluta de las soledades, a menos que se considere compañía una huerta de rabanitos y el sonido que emiten las ballenas. “Ellas (lo dice como si fueran sus mascotas) se comportan como si uno no existiera. Pero la fantasía es que hay una interrelación con uno. Cuando hago el trabajo desde el bote se quedan muy cerca, las madres se pasean o amamantan a sus crías. Eso nos permite, por ejemplo, tomar muestras de piel con dardos”, ejemplifica.
Unas 300 muestras de piel permiten realizar estudios y sacar conclusiones. Por ejemplo, determinar de qué se alimentó la ballena antes de su arribo, y de ahí que se pueda saber de dónde viene. Sin embargo, cuando parten, es un misterio. Jamás se conoce el destino. Se mueven solitarias. Pueden ir a 500 metros o dos kilómetros sep
En 1993, unos meses antes de recibirse, Sironi fue a trabajar como asistente de campo en un proyecto sobre lobos marinos, en Punta Norte, en Península de Valdés. “Fue una experiencia hermosa, pero a mí me gustaban las ballenas. Al año siguiente, conocí a la experta Victoria Rowtree. Justo estaban buscando sumar a un biólogo argentino. Paralelamente, otros especialistas, Roxana Schteinbarg y Diego Taboada ya habían conocido al fotógrafo John Atkinson y se habían enganchado con el trabajo. Así fue que coincidimos y formamos la sede Argentina”.
Antes, a los 23 años, Sironi había hecho una experiencia de tres meses en los Alpes Suizos en un instituto de conservación de murciélagos. En su casa de Córdoba, en la bañadera, estudiaba a unas 50 0 60 boas constrictoras.
Ballenas con DNI
“La primera experiencia de campo en Península de Valdés –recuerda- fue en el ‘95. El trabajo se divide en tres partes. Primero, y durante unos tres días, se hace un relevamiento aéreo, se sobrevuela todo el perímetro de la costa fotografiando cada ejemplar. El objetivo es la foto identificación. Lo hacemos en la segunda semana de septiembre que es cuando se concentran la mayor cantidad de ejemplares (los primeros comienzan a llegar en abril). Ese material luego se clasifica. Cada ballena tiene un dibujo único que aportan las callosidades, que es eso blanco que se ve a simple vista y distingue a la ballena franca. Por eso, podemos identificarlas. Inclusive tienen nombre”.
El paso siguiente es el que se realiza por agua, en bote, cuando se toman las muestras de piel. El último es por tierra: el avistaje y observación que parecen ubicar a Sironi en su lugar en el mundo.
Las callosidades son como las huellas dactilares
El área de cría es la península. La gestación dura un año y pueden volver a procrear cada tres. En las primeras semanas de vida las crías pueden aumentar hasta 150 kilos por día, y se amamantan durante un año. Está en condiciones de procrear a partir de los 7 años. Se calcula que tienen una longevidad de 65 años, aunque podrían ser más añosas: “En Alaska, donde hay poblaciones indígenas que viven de la caza de ballena, recientemente se encontraron, dentro de animales muertos, arpones y puntas de flechas de esquimales, de hace más de 200 años”, indica Diego Taboada, director del ICB.
Desde que se la protege, se estima que la población aumenta por año en un 7 por ciento: unos 5.000 ejemplares en la actualidad, de las cuales casi 2.000 están identificadas por el ICB.
La población está dividida en tercios. Es decir, cada año llega a Chubut una tercera parte de lo que se calcula, según el principio de captura y recaptura.
Peligro en las aguas
Pero no todo es idilio en la vida de estos cetáceos. En el ICB reconocen que hubo épocas en las que a la ballena franca austral se la cazaba para utilizar su carne, considerada de alto valor. “Porque nadaba cerca de las costas, era lenta y cuando moría flotaba debido a su gran cantidad de grasa corporal. De allí su nombre, ballena franca, o correcta, porque era fácil de atrapar”, aclara Boada.
A principios de la década de los ‘70, la especie corrió serio peligro: solo se conocían vivos unos 400 ejemplares. Pero en 1982 se prohibió finalmente la cacería comercial de ballenas en todo el mundo: no se cumple a rajatabla, pero limita en algo la matanza. “Hay contradicciones jurídicas, porque la caza para consumo está prohibida, pero no la comercialización de la carne, que se sigue vendiendo en Corea y Noruega, entre otros”, advierte Taboada, quien asegura que los choques con embarcaciones y las profundas heridas con las hélices también son problemas frecuentes. Pero uno de los más graves, dice, es el continuo ataque de las gaviotas cocineras a las ballenas: se comen sus crías y horadan el lomo de las madres, donde provocan heridas profundas, como agujeros. “Es un problema de los últimos diez años, prácticamente únic
Otras veces se las molesta, poniendo en riesgo su hábitat y su enorme paciencia. Aunque en Chubut existe ley provincial 4722, que protege y preserva a la ballena franca austral, “algunos operadores turísticos permiten o estimulan el buceo alrededor de las ballenas, algo que incluso puede llegar a ser peligroso para el nadador”, previene Taboada. “También es un problema importante la contaminación acústica de la zona, provocada por los barcos. No nos gustaría que las ballenas decidieran migrar con sus crías hacia otras zonas”.
Desde la otra campana, la de los operadores turísticos, se jura respeto sagrado por ese templo azulado de la costa argentina. “No nos acercamos cuando están copulando ni las molestamos”, asegura Gustavo Walter, gerente comercial de Cuyuncó Turismo, quien desde hace 35 años desarrolla su actividad en la Península de Valdez.
La excursión completa (traslado terrestre y avistaje) ronda los 200 pesos, en lanchas de casco en v de 75 pasajeros. Un paseo solo de avistaje, pero exclusivo -solo 20 personas y en botes semirrígidos-, cuesta unos 160. El uso de salvavidas y cascos especiales no inflamables es, según Walter, obligatorio. Las lanchas deben tener además balsas salvavidas para todo el pasaje y tanques de combustible con una sustancia, Expocontrol, que reduce el riesgo de fuego.
Al encuentro mágico con estas señoras del agua se puede llegar volando: hasta el aeropuerto de Trelew, por Aerolíneas Argentinas (Buenos Aires-Calafate-Usuhaia) y hasta el aeropuerto de Puerto Madryn por Lan (Buenos Aires- Trelew-Usuhaia) o Andes Líneas Aéreas (Buenos Aires-Madryn).
“Todo el mundo busca la foto del salto, de la cola”, asegura el operador turístico. “Hay muchas teorías sobre
“Con el descubrimiento del gas, la electricidad y el petróleo, podría haber terminado la cacería de ballenas, pero continuó. En el siglo XX, poblaciones enteras desaparecieron y algunas especies de ballenas llegaron al borde de la extinción”, explica un estudio del ICB, elaborado para transmitir a niños y adolescentes la importancia de protegerlas.
En 1936, varios países acordaron reglamentar la cacería y crearon la Comisión Ballenera Internacional. Pero hubo que esperar hasta 1982 para que se prohibiera la cacería comercial de ballenas en todo el mundo, aunque Islandia y Noruega continuaron con la
Los expertos del ICB estiman que antes de la cacería comercial había entre 55 mil y 70 mil ballenas francas australes. Para el año 2003 solo quedaban unas 11.300 en todo el hemisferio sur. “La situación de la ballena franca del Atlántico Norte es peor, ya que quedan solo unas 350 y es muy difícil que se recupere –advierten los expertos-. No queremos que ocurra lo mismo con la del sur”.
Al año siguiente, ya convertida en un ejemplar juvenil, se acercó a jugar a una lancha que había detenido su ma
Fue el único caso de varamiento “inducido”. Entre profesionales idóneos que supieron desamarrarla, turistas y vecinos que le arrojaron agua, lograron que sobreviviera. Si faltaba sumar una curiosidad fue que la rebautizaron Garra, sin saberlo. Unos días después, un amigo le mostró a Sironi un video del rescate y las notas del evento. El catálogo confirmó que Garra era Garra.
QUE ES EL ICB
1. El Instituto de Conservación de Ballenas es una organización sin fines de lucro fundada con el propósito de proteger a los cetáceos y su medio ambiente a través de
4. Trabajan en equipos intercomunicados entre Chubut, Córdoba, Buenos Aires y Estados Unidos. Se elaboran programas específicos para investigar y estudiar particularidades de la ballena que son dirigidos por Mariano Sironi directamente en contacto con los ejemplares.
5. Su sitio web es http://www.icb.org.ar/
PROGRAMA ADOPTE UNA BALLENADesde 1970 se identificaron 1.800 ballenas francas en Península de Valdés. Hay bisabuelas, abuelas, madres e hijas. Algunas de ellas son Antonia, Docksider, Cassiopeia, Espuma, Troff, Mochita, Victoria y Gabriela. El doctor Payne descubrió que a partir de la identificación de las ballenas se podía hacer mucho más por ellas. Es decir, se aprende más a partir de la vida que de la muerte de un ejemplar. Este programa de identificación es dirigido por la investigadora Victoria Rowntree.
Dado lo costoso del emprendimiento, a la vez que fomentar conciencia del cuidado y protección, se diseñó el programa Quiero Adoptar una Ballena. Consiste en, justamente, convertirse en padrino a partir de una donación mensual que varía de 5 a 15 pesos mensuales o la variante anual de 60 a 180 pesos. Cada adoptante, protector o benefactor recibe toda la información actualizada y puede hacer el seguimiento de su mascota. La adhesión se hace a través de un cupón on line en http://www.icb.org.ar/ y se puede requerir mayor información a adoptantes@icb.org.ar